“Un lector vive mil vidas antes de morir. Aquel que nunca lee vive solo una”.
-Jojeen Reed en Danza de Dragones
La experiencia de ver La Torre Oscura en el cine, luego de haber invertido un mes en leer las siete novelas que conforman la épica saga de Stephen King (más unos días para leer la octava publicación de esta historia), me invitó a poner nuevamente en la mesa la relación entre las obras literarias y sus adaptaciones cinematográficas, así como la cuestión de leer el material original antes de ver la película o hacerlo después. Para desarrollar el tema, me remitiré a cuatro sagas de ficción llevadas al cine y la televisión en las últimas décadas: El Señor de los Anillos, Harry Potter, Juego de Tronos y La Torre Oscura.
Durante años escuché hablar de El Señor de los Anillos; pero aparte de sonarme parecido a El señor de las moscas, no me interesó para nada. Algunos amigos lo habían leído y, a pesar de que en más de una ocasión me hablaron de su carácter épico, del tema de la lucha del bien contra el mal, del heroísmo de sus personajes y otras características, no logró captar mi atención. Hasta que un día, un amigo compartió con gran emoción:
— ¡Van a hacer película de El Señor de los Anillos!
Nos mostró en su laptop (lo cual era un lujo en ese entonces) el primer video de la producción, difundido mediante una todavía incipiente internet. Una fotografía espectacular y música incidental que aceleraba el corazón fueron elementos clave para despertar mi —hasta entonces ausente interés— por la obra más conocida de J.R.R. Tolkien.
[embedyt] https://www.youtube.com/watch?v=V75dMMIW2B4[/embedyt]
Sin embargo, no la leí.
Meses después, observé que una amiga llevaba consigo La Comunidad del Anillo, el primer tomo de la obra mencionada. Se lo había prestado su enamorado, quien era aficionado a Tolkien y a la fantasía medieval desde muchos años atrás. En ese momento, apenas éramos conocidos; pero tuve la suficiente valentía para preguntarle por el libro y entablar conversación a partir de ello. Fue el comienzo de una hermosa amistad que ha durado muchos años y que ha enriquecido mi vida con gratas experiencias.
Estos jóvenes tórtolos eran ávidos lectores y la literatura formaba parte de nuestras conversaciones cotidianas. Fue así que, unos meses después, viendo que mi amiga tardaba en terminar el primer libro, me atreví a proponerle una apuesta: le dije que yo terminaría de leer la obra antes que ella.
Y gané esa apuesta.
No solo leí La Comunidad del Anillo, sino los tres tomos de El Señor de los Anillos, antes del estreno de la primera película en diciembre de ese año. La novela es enorme pero apasionante, de esos libros a los que les agarras el gusto y no los puedes soltar, aunque aquí quizás estoy expresando solo mi gusto personal. El punto es que el anuncio de la producción cinematográfica fue el punto de partida de este viaje literario para mí.
Naturalmente, el hecho de haber leído los libros matizó mi experiencia en la sala del cine, tanto más cuanto mis acompañantes también habían leído los libros. Fue inevitable comparar las películas y la novela, alabar la genialidad de la obra original y reconocer los aciertos de la cinta, a la vez que observábamos algunos cambios hechos por los productores y compartíamos una gran satisfacción por la calidad general de la experiencia. Las películas están tan bien hechas que haber leído la novela y conocer de antemano lo que va a ocurrir no constituye un obstáculo para su disfrute. La música, por ejemplo, es simplemente maravillosa.
Este es, en mi experiencia, un caso en el que el lanzamiento de la película ocasionó mi ingreso a un universo literario que retroalimentó positivamente mi disfrute de los filmes. Pero hay un elemento clave: las películas son buenas en sí mismas (y volveremos sobre este detalle después).
Mis vivencias con Harry Potter son distintas. La primera película llegó a las salas casi al mismo tiempo que El Señor de los Anillos pero no llegué a verla en el cine. La vi meses después en DVD, en un televisor muy bueno y agradablemente acompañado, pero teñido de ciertos prejuicios de los cuales me tengo que arrepentir. Por las referencias que tenía, consideraba Harry Potter una obra para niños (a pesar de no haberla leído) y menosprecié la película cegado por estos prejuicios. Los vuelos en escoba me resultaban inverosímiles, el troll me pareció mal hecho y la película en general me supo a comedia infantil. Tardaría años en darme cuenta de mi error.
Mucho tiempo después, me animé a ver las otras películas de Potter. La segunda, como la primera, tenía un carácter inocente e infantil. La tercera fue otra cosa: dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón y presentando situaciones más dramáticas y maduras, la saga cambió el rumbo desde la dulzura de los niños a las inquietudes de los adolescentes. La cuarta entrega, dirigida por el británico Mike Newell, completó la transición hacia la fase más madura de la saga, que fue asumida por el director David Yates en las cuatro películas siguientes.
Si bien La piedra filosofal me dejó poco sabor en la boca, las siguientes despertaron mayor interés, progresivamente. Cabe resaltar que encontrarme con cada vez más gente aficionada a estos libros, personas cercanas a mí en cuyo criterio confiaba y cuyo gusto consideraba bien educado, fue una influencia en mi decisión de lanzarme a la lectura de estas novelas. He aquí otro factor a considerar: la influencia de los amigos, la importancia del entorno social en el desarrollo del hábito y la competencia lectora. Debo confesar que tener los libros a mi disposición (en edición de pasta dura, para mayor gusto) también contribuyó. Los leí uno tras otro, devorándolos en pocos días, y disfruté enormemente la experiencia.
Algunos criticaron que las películas de El Señor de los Anillos omitieran tal o cual elemento. En mi experiencia, las películas de Harry Potter no omitieron nada esencial para el desarrollo de la historia. Haber visto las películas no mermó en absoluto mi experiencia como lector. Al contrario, pienso que la enriqueció. Los libros, como suele suceder, superaron ampliamente a las películas, permitiéndome conocer lo que los personajes pensaban y sentían más allá de lo que los actores pudieran transmitir. Para cuando estrenaron las últimos dos películas de Harry Potter, hacía tiempo que había terminado de leer la saga; las vi en el cine y la pasé muy bien. Sin llegar a ser brillantes, las películas cumplen, son entretenidas y, viéndolas como un todo, desarrollan la evolución que los personajes experimentan durante los siete años de sus vidas que recorre la saga. Sin embargo, puedo compartir que, al menos desde mi gusto, las novelas son muchísimo más ricas y las películas resultan más bien pobres en comparación. No son malas, pero tampoco son geniales.
Juego de Tronos llegó a la televisión en 2011. Esta vez no fueron los amigos sino internet: algún bloguero comunicó, emocionado, que se venía una serie basada en la saga Canción de Hielo y Fuego y… Bueno, la historia quiere repetirse a sí misma, ¿no? Busqué información al respecto en internet, encontré algún amigo que conocía las novelas y le parecieron buenas, y me animé a leerlas. Al margen del gusto de cada uno, se puede afirmar con objetividad que las novelas son bastante complejas, ricas en cuestiones políticas y cargadas de frases como para tomarse un café y conversar un par de horas acerca de ellas. Algunos han llegado a comparar a George Martin con Tolkien. Yo no me atrevería a tanto.
Las novelas me parecieron amenas y la serie ha sido un éxito incomparable en la televisión, pero yo no le doy más que eso. Aún así, se repite la oportunidad de una retroalimentación positiva entre el producto audiovisual y la obra literaria, siendo que el primero puede alentar a la difusión de la segunda, fomentando la lectura y enriqueciendo su disfrute. Aquí quisiera agregar un elemento más: en el contexto del inminente final de la serie, han aparecido en internet artículos que recomiendan otras sagas y otros autores que podrían ser del agrado de quienes disfrutan Juego de Tronos. Internet (blogueros y youtubers) tiene una oportunidad dorada para influir positivamente en la difusión de la lectura. ¿Estamos, como sociedad, aprovechando esta oportunidad? En mi caso personal, sí: gracias a esos artículos he conocido autores como Conn Iggulden y su saga sobre la guerra de las dos rosas, que es una serie de novelas que recomiendo a ojos cerrados.
Y llegamos a La Torre Oscura. Enorme serie de Stephen King, rica y compleja, multifacética, colorida, no sé. Me faltan adjetivos (o me sobran). Para variar, un amigo me habló de estas novelas durante años y no le hice caso, hasta que supimos que salía la película y… pues tampoco le hice caso. Recién cuando faltaban un par de meses para el estreno, me animé a leerlas y me enganché de corazón con el drama de Roland Deschain y sus compañeros. Stephen King tiene fans y detractores, como cualquier autor, pero esta saga es realmente épica y vale la pena echarle una mirada. No obstante, a medida que avanzaba yo con la lectura, una terrible preocupación me embargaba, una grave premonición de que la película iba a ser (disculpen mi francés) una basura imperdonable.
La crítica y la taquilla me darían la razón: la película decepciona.
Los actores cumplen, la producción es suficientemente buena, la fotografía está bien y la música podría ser peor; el hecho es que mordieron más de lo que podían masticar. Estamos hablando de una saga que comprende al menos siete novelas grandes. No podía ser. Claro, luego nos hemos enterado de que la idea era lanzar la Torre mediante la película y producir una serie de televisión después, desarrollando las aventuras de Roland y compañía, aunque el fracaso ha sido tal que a la fecha no sabemos con certeza si habrá serie o no. Lo más probable es que no.
Pero lo que quería compartir, lo que me motivó a escribir este artículo, es que mi experiencia esta vez fue extraña. Yo sí disfruté la película, y les quiero contar por qué.
Al haber leído las novelas, sabía quiénes eran los personajes. Sabía que La Torre Oscura de alguna manera engloba y conecta todas las obras de Stephen King como si fueran un solo universo, de modo que me encantó ver a las gemelas de El resplandor, los globos de Pennywise, la camioneta de la Sombra Corporation, los vampiros, el arcoíris de Maerlyn y tantos otros guiños que quizás solo los defensores de la Torre habrán percibido. No necesitaba mayor explicación acerca de Roland, ni de Jake, ni del hombre de negro, ni de nada. Y me podrían decir “Oye, pero si ya te la sabías, ¿cómo pudiste disfrutarla?”. Por dos razones: porque pude reconocer lo que veía más allá de las limitaciones de la película y porque la obra (spoiler alert) presenta una búsqueda que en el umbral de su fin regresa al inicio y lanza una nueva iteración, generando infinitas posibilidades dentro de una ruta imposible de esquivar. Roland empieza en el desierto y se dirige a la Torre; pero al llegar a la habitación más alta de esta, el pobre hombre vuelve al desierto y empieza de nuevo su largo camino, aunque con la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente. Y la película –que es una nueva iteración– lleva la historia por una ruta distinta, lo cual es coherente con la lógica interna de La Torre Oscura. En síntesis, en este caso haber leído las novelas salvó para mí una película que de otro modo me hubiera causado sarpullido. Si no las hubiera leído, habría entendido poco y disfrutado todavía menos. Es que la literatura no solo trasciende la presentación audiovisual sino que puede sostenerla, rescatarla de su limitación física, temporal, y a la vez utilizarla como apoyo para relanzarse. Sería interesante conocer en qué medida las ventas de La Torre Oscura variaron como efecto del estreno de la película.
Existe el riesgo de que haber leído la obra te prive de la sorpresa, de ese disfrute que nos produce no saber qué va a pasar en la película; pero, si esto fuera cierto, nadie vería una película de Drácula, ningún cineasta haría una película histórica o basada en un hecho de conocimiento público. En mi opinión, la conveniencia de leer una obra literaria antes de ver una adaptación cinematográfica es indiscutible. Si leer el libro empobrece tu experiencia en el cine, es porque la película no es suficientemente buena. Es más: puedes aprovechar lo que sabes por haber leído la obra original para enriquecer una película mediocre y hacerla más disfrutable.
Así que ponte a leer y, como dijo Ricardo Palma, “que te aproveche como si fuese leche”.